Mujeres que devuelven la vida a los manglares de Guatemala

El proyecto Alas y Raíces Resilientes convierte a las comunidades costeras en un ejemplo de resistencia frente al cambio climático.

En el Pacífico guatemalteco, los manglares han sido durante siglos la base de la vida costera. Estos bosques salados funcionan como refugio para peces y crustáceos, protegen de tormentas y almacenan grandes cantidades de carbono.

Sin embargo, la expansión de la frontera agrícola, la tala indiscriminada y el avance de la ganadería fueron arrasando con ellos. En pocos años, lo que antes era un cinturón verde que sostenía la biodiversidad, se convirtió en canales erosionados, agua contaminada y comunidades enteras sin sustento.


Frente a este escenario, surgió el proyecto Alas y Raíces Resilientes, impulsado por mujeres que decidieron organizarse para defender lo que quedaba del ecosistema. Cansadas de ver cómo la pérdida de los manglares ponía en riesgo la seguridad alimentaria y aumentaba la vulnerabilidad a inundaciones, formaron brigadas de restauración que combinan conocimiento ancestral con prácticas modernas de reforestación.

El proceso comienza con la recolección de propágulos —las semillas naturales de los mangles— que son cuidadosamente seleccionadas y llevadas a viveros comunitarios. Allí, bajo el cuidado de las mujeres, las plántulas crecen hasta alcanzar la fuerza suficiente para ser trasplantadas.

Después, en jornadas colectivas, regresan al canal de Chiquimulilla, donde las siembran a lo largo de las zonas degradadas. Esta labor no solo se limita a plantar árboles: también implica limpiar residuos, abrir canales de agua para que circule correctamente y monitorear el crecimiento de cada mangle.


Los resultados ya son visibles. Con los nuevos manglares, ha regresado la biodiversidad: peces, camarones y aves que habían desaparecido vuelven a encontrar refugio. Las comunidades costeras, antes expuestas a inundaciones constantes, ahora cuentan con una barrera natural que reduce el impacto de tormentas y protege los cultivos. Además, los manglares recuperados funcionan como un poderoso sumidero de carbono, aportando a la lucha global contra el cambio climático desde una acción local.


Pero el impacto no es solo ambiental. Para las mujeres involucradas, este proyecto abrió nuevas oportunidades de liderazgo y fortaleció el tejido comunitario. Hoy son reconocidas como “guardianas del canal”, lideran procesos de educación ambiental y transmiten a niños y jóvenes la importancia de cuidar los ecosistemas. Lo que empezó como una respuesta a la pérdida de los manglares, se ha transformado en un modelo de resiliencia y en un ejemplo de cómo la acción organizada puede cambiar el rumbo de una comunidad.

El proyecto Alas y Raíces Resilientes demuestra que restaurar un ecosistema no es solo devolverle vida a la naturaleza, sino también a las personas que dependen de ella. En las costas del Pacífico guatemalteco, donde la crisis climática golpea con fuerza, las mujeres están escribiendo una nueva historia: la de un futuro donde la esperanza crece con cada mangle que vuelve a nacer.



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