Joven argentino crea vasos que desaparecen en 14 días

El invento podría reducir drásticamente los 42 kilos de plástico que consume en promedio cada persona al año.


En 2017, un joven de apenas 18 años se plantó frente a los líderes del G20 en Hamburgo con un mensaje contundente: “la juventud está lista para actuar contra la crisis ambiental”. Ese joven era Jerónimo Batista Bucher, un biotecnólogo argentino que, lejos de quedarse en los discursos, decidió crear una solución concreta: una máquina capaz de producir vasos biodegradables a base de extractos de algas marinas. 

Su proyecto, bautizado Sorui, nació como un experimento universitario y hoy se perfila como una alternativa real para combatir uno de los grandes problemas del planeta: el plástico de un solo uso.


El punto de partida fue una pregunta simple pero urgente: ¿cómo reemplazar los millones de vasos descartables que usamos cada día y que tardan siglos en degradarse? La respuesta la encontró en las algas, un recurso natural abundante, renovable y capaz de transformarse en biopolímeros. 

Con ellas desarrolló un material resistente al agua que cumple la misma función que el plástico, pero que se biodegrada en apenas dos semanas, sin dejar rastro ni generar contaminación.

La innovación no quedó en el laboratorio. Jerónimo diseñó una máquina compacta que puede instalarse en universidades, empresas o eventos masivos para producir los vasos en el mismo lugar donde se consumen. 

El proceso es simple: la máquina transforma el extracto de algas en vasos listos para usarse en pocos minutos. De esta forma, se evita la producción industrial a gran escala y el traslado de plásticos desechables, lo que reduce aún más la huella ambiental.


El impacto potencial de Sorui es enorme. Según datos globales, cada persona consume en promedio 42 kilos de plástico por año, gran parte de ellos de un solo uso. Con Sorui, ese número podría reducirse drásticamente. 

Además, el invento ya despertó interés en países como Alemania, Suiza y Brasil, y ha recibido el respaldo de universidades y organismos internacionales que ven en este proyecto un modelo escalable para enfrentar la contaminación.


Pero más allá de la innovación tecnológica, Jerónimo insiste en que su trabajo tiene un propósito mayor: demostrar que la ciencia y la creatividad pueden ser herramientas al servicio de la sociedad. 

“No se trata solo de inventar un vaso, sino de cambiar la forma en que nos relacionamos con los materiales y con el planeta”, ha señalado en varias entrevistas. Su historia muestra que las soluciones a problemas globales también pueden surgir desde la periferia, desde un aula en Argentina.


Hoy, a sus 25 años, Jerónimo continúa perfeccionando Sorui y buscando alianzas para expandirlo. Su camino es una mezcla de ciencia, compromiso ambiental y visión emprendedora que inspira a nuevas generaciones. En un mundo ahogado por plástico, la imagen de un vaso que desaparece en pocos días no es solo un invento: es una metáfora de que otra forma de habitar el planeta es posible.



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