Fernando Trujillo se dedica a proteger la biodiversidad amazónica antes de que desaparezca.
El delfín rosado, es uno de los animales símbolo de la región amazónica. Es una especie que ayuda a mantener el equilibrio en el ecosistema acuático y cumple un papel fundamental debido a su rol ecológico como depredador tope y bioindicador de la salud de los ríos.
Siendo el delfín de agua dulce más grande conocido, en la mitología indígena se le considera guardián de los ríos y las vías fluviales, protegiendo las poblaciones de peces y el equilibrio del ecosistema; además de ser una criatura sagrada para varias comunidades.
Se diferencian de los otros delfines porque su cuerpo es más flexible y alargado, lo que les permite maniobrar con agilidad en los ríos y zonas inundadas de la Amazonía. Además, sus aletas pectorales son grandes y anchas, lo que les ayuda a desplazarse con precisión en aguas poco profundas.

En comparación a delfines marinos, los rosados tiene un hocico prolongado, largo. Ese hocico le sirve para remover el fondo del río o incluso meterlo dentro de orificios donde se esconden los peces. También cuentan con muelas en la parte de atrás que les permiten romper estructuras duras en tortugas o peces que tienen corazas externas.
Por otra parte, los delfines rosados también se destacan por sus notables capacidades cognitivas, que les permiten comunicarse y orientarse en las aguas turbias de la Amazonía mediante la ecolocalización.
Pese a su importancia, está catalogado como una especie en peligro de extinción debido a diversas amenazas, entre ellas, el cambio climático, la contaminación de los ríos, la pesca con explosivos y la pérdida de hábitat.
Esta especie que se distribuye ampliamente entre los sistemas fluviales del Orinoco y del Amazonas, de Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú y Brasil, además es cazada para utilizar su grasa y su carne para elaborar un brebaje "Las pusangas", que se utiliza para atraer el amor y se vende en mercados e internet.Las consecuencias de todas estas amenazas han sido devastadoras, pues se ha perdido un 52% de la población de delfines rosados y, de acuerdo con estudios, se estima que podrían desaparecer por completo en solo 50 años.
Salvarlos, resulta esencial y urgente. Con ese propósito claro, Fernando Trujillo ha dedicado su vida a protegerlos y promover diferentes iniciativas para garantizar su conservación, especialmente en el futuro.
Este colombiano y biólogo, nacido en Bogotá, lleva más de 30 años trabajando por proteger esta especie. Ha recorrido más de 80.000 kilómetros en los ríos del Amazonas y ha convivido con las comunidades ticunas, cocamas y yaguas, de quienes ha aprendido y lo han aceptado como un habitante más de la selva amazónica.
Incluso, los ticuna lo nombraron Omacha -que significa el delfín que se volvió humano- por su profunda conexión con los delfines. Este mismo nombre lo lleva su fundación, la cual fundó en 1991 para defender la biodiversidad de la Amazonía frente a las constantes amenazas que la acechan, desde la deforestación y la minería ilegal hasta el cambio climático.
Conoció los delfines con solo 24 años y, desde ese momento, se convirtió en su defensor. Aunque su principal labor es proteger la especie, pronto se dio cuenta que no se trataba de preservar solo a los delfines, si no a todo el ecosistema.
Además de estudiarlos, el equipo de Omacha realiza evaluaciones de la salud de los delfines, con capturas controladas para realizar ecografías, tomar muestras de sangre y medir parámetros.
A través de su labor, ha realizado numerosos proyectos de conservación y sostenibilidad en la región del Amazonas, el Caribe y el Orinoco. Además, ha logrado establecer políticas y acuerdos que protegen los ecosistemas de los ríos y mejoran las condiciones de vida de las comunidades indígenas.
Asimismo, se ha convertido en un pionero en la investigación y conservación de los mamíferos acuáticos en la Amazonía, y ha sido galardonado en múltiples ocasiones, incluyendo el Premio Whitley de Conservación en el Reino Unido en 2007, y Explorador del Año de Rolex National Geographic en 2024.
Aunque sus esfuerzos y los de su equipo han dado grandes logros, Fernando sabe que aún queda mucho por hacer y que cada paso es crucial para proteger la especie y salvar la Amazonía, pues corre un serio peligro por la deforestación, los fenómenos climáticos extremos como la sequía, la minería ilegal -sobre todo de oro- y la presencia de grupos armados.
Para lograrlo trabaja con comunidades locales e indígenas, así como con los gobiernos, para implementar cambios a través de políticas públicas, pero sobre todo promueve la sostenibilidad y prácticas respetuosas con los delfines.
Asimismo, ha posicionando a los delfines como atractivo turístico, y ha capacitado más de 1000 guías locales en varios países para generar actividad de observación responsable alrededor de esta especie.
Aunque sabe que trabajar en la Amazonía supone muchos desafíos, está convencido de que cada acción cuenta para marcar una diferencia, por lo que seguirá luchando cada día por proteger todo este valioso ecosistema, pues como él mismo señala salvar los delfines también es salvar el agua y "el agua es el futuro de esta región y del planeta".
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