En los rincones más densos de la selva maya, donde el follaje es espeso y los caminos se desdibujan, hay un grupo de perros que, junto a su entrenador, siguen huellas que la mayoría de los humanos no podrían percibir.
Christian Coyoc, un ex cazador, y ahora especialista en conservación, lidera una iniciativa única en México: el entrenamiento de perros rastreadores para detectar la presencia de jaguares en libertad, con el fin de proteger a una de las especies más emblemáticas y amenazadas de América Latina.
Los perros que forman parte de este proyecto son conocidos como “perros tigreros”, una referencia local al nombre que reciben los jaguares. No se trata de animales de ataque, ni de caza, sino de aliados de la ciencia.
Su olfato agudo les permite encontrar excrementos, orina y otros rastros biológicos que indican la presencia de un jaguar. Con estos datos, los científicos pueden mapear los territorios que habitan los felinos y diseñar estrategias efectivas para su conservación.
Christian comenzó esta tarea hace más de una década, movido por una preocupación creciente: la desaparición silenciosa de los jaguares, empujados por la deforestación, la caza furtiva y la expansión de actividades humanas. “El jaguar es un símbolo poderoso para los pueblos originarios, pero también es un regulador clave en los ecosistemas. Si desaparece, todo el equilibrio se pierde”, explica Coyoc, quien también trabaja con comunidades locales para sensibilizarlas sobre la importancia de convivir con estos animales.
El entrenamiento de los perros es un proceso largo, paciente y meticuloso. Inicia desde cachorros, mediante el juego, con recompensas y estímulos positivos. Aprenden a identificar el olor de las heces de jaguar y a ignorar los rastros de otros animales. Una vez entrenados, los binomios perro-humano recorren kilómetros de selva en jornadas intensas, documentando hallazgos y recopilando información valiosa para investigadores de todo el país.
El impacto del trabajo de Christian no solo se mide en estadísticas de conservación. También se refleja en el creciente interés internacional por replicar el modelo en otros países de América Latina. En un contexto donde la biodiversidad enfrenta amenazas crecientes, historias como la suya demuestran que la colaboración entre especies —humanos, perros y jaguares— puede abrir nuevas rutas para proteger la vida silvestre con respeto y empatía.
En medio de un mundo que avanza con rapidez hacia el colapso ambiental, la historia de Christian Coyoc y sus perros rastreadores nos recuerda que aún hay tiempo para cambiar el rumbo. Basta con seguir la pista correcta.